martes, 31 de mayo de 2011

BINAH.

No esperéis demasiado del fin del mundo.

Stanislaw J. Lec, Aforyzmy. Fraszki Kraków, Wydawnictwo Literackie, 1977, (“Mygli
Nieuczesane”)


Empezar la universidad dos años después del sesenta y ocho es como haber sido admitido en la Academia de Saint-Cyr en el noventa y tres. Uno tiene la impresión de haberse equivocado de año de nacimiento. Por lo demás, Jacopo Belbo, que tenía al menos quince años más que yo, me convenció más tarde de que eso es algo que sienten todas las generaciones.
Se nace siempre bajo el signo equivocado y vivir con dignidad significa corregir día a día el propio horóscopo.
Creo que llegamos a ser lo que nuestro padre nos ha enseñado en los ratos perdidos, cuando no se preocupaba por educarnos. Nos formamos con desechos de sabiduría.
Tenía diez años y quería que mis padres me abonasen a un semanario que publicaba las obras maestras de la literatura en historietas. No por tacañería, quizá desconfiase de los tebeos, mi padre trató de escurrir el bulto. “El objetivo de esta revista”, sentencié entonces, citando el lema de la serie, porque era un chico astuto y persuasivo, “consiste básicamente en educar entreteniendo.” --Mi padre, sin levantar la vista del periódico, dijo: “El objetivo de tu revista es el mismo del de todas las revistas, vender lo más posible.”

Aquel día empecé a volverme incrédulo.

Es decir, me arrepentí de haber sido crédulo. Había sido presa de una pasión mental. Tal es la credulidad.
No es que el incrédulo no deba creer en nada. No cree en todo. Cree en una cosa cada vez, y en una segunda cuando deriva de alguna manera de la primera. Avanza como un miope, es metódico, no aventura horizontes. Dos cosas no relacionadas entre sí, creer en las dos, y con la idea de que, en algún lugar, haya una tercera, oculta, que las vincula,
esto es la credulidad.
La incredulidad, lejos de excluir la curiosidad, la sostiene. Desconfiando de las cadenas de ideas, de las ideas amaba la polifonía. Basta con no creer en ellas para que dos ideas, ambas falsas, puedan chocar entre si creando un bello intervalo o un diabolus in música. No respetaba las ideas por las que otros apostaban la vida, pero dos o tres ideas que no respetaba podían formar una melodía. O un ritmo, preferentemente de jazz.(...)


"El Péndulo de Foucault" - Umberto Eco.

martes, 24 de mayo de 2011

Happy Birthday Mr. Tambourine!

Esta es una poesía que escribimos en conjunto, hace un tiempo, dos niños que se dejaron enamorar por la grandeza de un genio... La publico aquí, a modo de homenaje al Gran Bob Dylan, en su 70º aniversario!


Señor de los Tambores (cca. Agosto 2007).

Señor de los Tambores,
toca una canción para mi.
Canta y expresa lo mejor de ti
enséñame a vivir, a reír, a sentir.
Señor de los Tambores,
a quien nunca se creyó trovador
aquel que ni a fama, ni a dinero privilegió
y así aun, tantas cabezas revolucionó.
Señor de los Tambores,
soplando el viento en busca de una respuesta
manteniendo viva la generación de amor, paz y coraje
déjame entender ese simple pero profundo mensaje.
Señor de los Tambores,
que tan afablemente perseveró y triunfó
nunca se sintió abrumado ni vencido
y no necesitó más de una armónica para sentirse complacido.
Señor de los Tambores,
pocas veces reconocido como debería ser
tus contemporáneos no pudieron ver ni comprender
lo que la música te debe y te va a deber.
Señor de los Tambores,
ayúdame a entender, a soportar esta sociedad
estos tiempos modernos, gente tan difícil de saciar
y a unos años a los que parece imposible intentar cambiar.
Señor de los Tambores,
ejemplo de vida, arte y poesía
salvador ejemplar de pensamiento y conciencia
déjame, a través de tu melodía, ofrecerte mi compañía.
Señor de los Tambores, una vez mas
toca una canción para mi.

Yan & Juampi.

domingo, 22 de mayo de 2011

Vamos a ver cómo es...

Así con todo.
Y al escuchar un disco.
Lo mismo con el zapping radial.
Si hace zapping, va hasta el último canal y comienza a bajar.
En los almuerzos o cenas comienza por el postre.
Al comenzar un libro, lee siempre primero el último capítulo.
Estudia las materias desde la última unidad a la primera.
Hojea las revistas de atrás hacia adelante.
Escribe los cuadernos de atrás hacia adelante.
Su narradora hace todo al revés.



También escribió esta nota de arriba a abajo, con la única finalidad de que vean como es vivir al revés, por unos minutos.
Ahora pueden leerla como realmente es, de abajo hacia arriba. O al revés.


Y.

domingo, 15 de mayo de 2011

Tranvía.

Tal vez fue en Villa Urquiza. Manuel Mandeb venía vaya a saber de dónde. En cierto momento, al llegar a un empedrado se encontró con los rieles del antiguo tranvía.
No es posible saber qué silogismos se trenzaron en su cabeza. El caso es que se detuvo en una esquina y se puso a esperar.
Ya era tarde. Pasaron horas. Un paseante curioso se le acercó.
—Lo veo desorientado ¿Puedo ayudarlo?
—No, gracias. Estoy esperando el tranvía.
El hombre le informó que hacía muchos años que ya no pasaban tranvías por allí.
—No importa. Esperaré.
Cada tanto se asomaba hasta el medio de la calle y un poco agachado escudriñaba el horizonte.
A veces caminaba algunos metros por la calle lateral, hasta que súbitamente volvía corriendo a la esquina, temeroso de que el tranvía apareciera justo en medio de sus modestas excursiones.
Más tarde, recordó que en este mundo las cosas se demoran cuando perciben que son esperadas. Resolvió ejercer el disimulo mirando en todas direcciones menos en aquella por la que podría aparecer el tranvía.
Llegó el amanecer. Vecinos madrugadores le sugirieron la conveniencia de tomar el colectivo 107 pero Mandeb ya había tomado una decisión.
Durante la mañana, hizo algunas amistades ocasionales. El tránsito era un poco más denso, lo que lo obligaba a prestar más atención.
Llegó la tarde y otra vez la noche. En verdad pasaron muchos días. Por momentos Manuel Mandeb sentía que su fe se quebrantaba. Muchas veces sintió la tentación de optar por otros medios de transporte que se le ofrecían seguros, concretos, convincentes. Pero él esperaba el tranvía.
Las gentes del lugar le cobraron cierta simpatía y le convidaban pan y vino. En cierta ocasión fue a comprar cigarrillos y al volver pensó que tal vez en su ausencia el tranvía había pasado. Algunas personas le aseguraron que no, pero un hombre que espera tranvías no confía en nadie.
A veces se engañaba con luces prometedoras que finalmente eran el desengaño de un camión. A veces sentía que el momento estaba cerca y hasta llegaba a contar las monedas.
Nadie puede saber cuándo sucedió. Pero una noche, en el fondo de la calle apareció una luciérnaga. Y luego se oyó un llanto mecánico. Poco después, amarillo y reluciente, un hermoso tranvía se detuvo frente a Manuel Mandeb. Desde el interior, un guarda fantasmagórico lo miró como convidándolo.
Mandeb permaneció quieto unos instantes y luego, sin decir nada, se alejó caminando lentamente. Un rato más tarde subió en un taxi y con voz firme ordenó:
—Artigas y Aranguren.


"El libro del fantasma" - Alejandro Dolina.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Ventana sobre una mujer / 3.


Nadie podrá matar aquel tiempo, nadie nunca podrá: ni siquiera nosotros.
Digo: mientras estés, donde estés, o mientras esté yo.
Dice el almanaque que aquel tiempo, aquel tiempito, ya no es; pero esta noche mi cuerpo desnudo te está transpirando.


Eduardo Galeano.

lunes, 2 de mayo de 2011

Nota mental.

Recuérdenme que nunca más me deje ser.